viernes, 2 de julio de 2010

El Refrigerador de Dios

Si tu mama no lo hizo, tal vez tu abuela si: exhibir orgullosamente en su refrigerador los dibujos que hacías en la escuela primaria o en la escuela dominical. No importaba si no eran artísticos. Eran un tesoro porque te amaba y porque los habías hecho para ella.

Tus subdesarrolladas habilidades no habían producido nada digno de mención hasta ese momento, pero ella vio el propósito de tu corazón y tuvo la sabiduría de comprender que todo lo que necesitabas era tiempo y practica para perfeccionar tu talento inexperto. Su orgullo y su aliento te estimulaban.

No debemos olvidar que Dios es así. De todas las analogías de Dios, probablemente la del padre amoroso sea la mejor. Dios no es un capataz de esclavos, ni un supervisor cruel, ni un perfeccionista exagerado listo para patearte donde te sientas si no lo haces todo exactamente bien.

Ahora bien, no me entiendas mal. Dios espera nuestros mejores esfuerzos y desea perfección. Pero su exigencia de perfección se satisfizo solamente una vez: con su primogénito Hijo Jesucristo. Debido a su muerte, sepultura y resurrección, Dios ve a todos los creyentes a través del desempeño impecable y el sacrificio de Cristo. Nuestros esfuerzos defectuosos e inmaduros para hacer lo que Dios requiere son hermosos a Sus ojos porque hemos aclarado que Jesús es nuestro apoderado, el que nos representa. Es como si nosotros patináramos pero el juez solo viera a Jesús. Tiene que otorgar puros 10s. ¿No es ese el mejor negocio que te puedas imaginar? Dios ve el esfuerzo de Cristo... ¡y te da a ti la medalla de oro!

Entonces prácticamente significa esto: nosotros ofrecemos nuestro trabajo escolar, nuestros esfuerzos en el empleo, nuestros intentos de hacer lo correcto y lo bueno para nuestro Padre como arte. Y lo hacemos sabiendo que si lo hemos hecho para agradarle, cuando lleguemos al hogar celestial vamos a encontrar esos apreciados esfuerzos exhibidos en el refrigerador de Dios. El orgulloso Padre nos tomara de la mano, nos llevara a la puerta del refrigerador, y dirá: ¡Mira! Nuestro arte será de una belleza magnifica. Y nosotros exclamaremos: ¿Yo hice eso? El mirando a Jesús y sabiendo lo que paso contestara: ¡Por supuesto que sí, hijo! ¡Bien hecho!
 

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